viernes, 19 de noviembre de 2010

LA NATURALEZA ES UN LIBRO ESCRITO POR DIOS

Uno de Los maestros más grandes de
la teología medieval es san Alberto
Magno. El título de «grande» (mag-
nus), con el que pasó a la historia, in-
dica la vastedad y la profundidad de
su doctrina, que unió a la santidad de
vida. Ya sus contemporáneos no duda-
ban en atribuirle títulos excelentes; un
discípulo suyo, Ulrico de Estrasburgo,
lo definió «asombro y milagro de nues-
tra época».
Nació en Alemania a principios del
siglo XIII, y todavía muy joven se diri-
gió a Italia, a Padua, sede de una de
las universidades más famosas del Me-
dioevo. Se dedicó al estudio de las lla-
madas «artes liberales»: gramática, re-
tórica, dialéctica, aritmética, geome-
tría, astronomía y música, es decir, de
la cultura general, manifestando el tí-
pico interés por las ciencias naturales
que muy pronto se convertiría en el
campo predilecto de su especialización.
Durante su estancia en Padua, fre-
cuentó la iglesia de los Dominicos, a
los cuales después se unió con la profe-
sión de los votos religiosos. Las fuentes
hagiográficas dan a entender que Al-
berto maduró esta decisión gradual-
mente. La intensa relación con Dios, el
ejemplo de santidad de los frailes do-
minicos, la escucha de los sermones del
beato Jordán de Sajonia, sucesor de
santo Domingo en el gobierno de la
Orden de los Predicadores, fueron los
factores decisivos que lo ayudaron a
superar toda duda, venciendo también
resistencias familiares. Con frecuencia,
en los años de la juventud, Dios nos
habla y nos indica el proyecto de nues-
tra vida. Como para Alberto, también
para todos nosotros la oración personal
alimentada por la Palabra del Señor,
la participación frecuente en los sacra-
mentos y la dirección espiritual de
hombres iluminados son medios para
descubrir y seguir la voz de Dios. Re-
cibió el hábito religioso de manos del
beato Jordán de Sajonia.
Después de la ordenación sacerdotal,
sus superiores lo destinaron a la ense-
ñanza en varios centros de estudios
teológicos anexos a los conventos de los
padres dominicos. Sus brillantes cuali-
dades intelectuales le permitieron per-
feccionar el estudio de la teología en la
universidad más célebre de la época, la
de París. Desde entonces san Alberto
emprendió la extraordinaria actividad
de escritor que prosiguió durante toda
su vida.
Se le asignaron tareas prestigiosas.
En 1248 recibió el encargo de abrir un'
estudio teológii)!© en Colonia, una de
las capitales más importantes de Ale-
mania, donde vivió en varios períodos
de su vida, y que se convirtió en su
ciudad de adopción. De París llevó
consigo a Colonia a un alumno excep-
cional, Tomás de Aquino. Bastaría só-
lo el mérito de haber sido maestro de
santo Tomás, para sentir una profunda
admiración por san Alberto. Entre es-
tos dos grandes teólogos, se instauró
una relación de recíproca estima y
amistad, actitudes humanas que ayu-
dan mucho al desarrollo de la ciencia.
En 1254 Alberto fue elegido provincial
de la «Provincia Teutoniae» —teutóni-
ca— de los padres dominicos, que
comprendía comunidades esparcidas
en un vasto territorio del centro y del
norte de Europa. Se distinguió por el
celo con el que ejerció ese ministerio,
visitando a las comunidades y exhor-
tando constantemente a los hermanos
a vivir la fidelidad a las enseñanzas y
los ejemplos de santo Domingo.
Sus dotes no escaparon a la atención
del Papa de aquella época, Alejan-
dro IV, que quiso que Alberto estuvie-
ra durante un tiempo a su lado en
Anagni •—adonde los Papas iban con
frecuencia—, en Roma y en Viterbo,
para servirse de su asesoramiento teo-
lógico. El mismo Sumo Pontífice lo
nombró obispo de Ratisbona, una dió-
cesis grande y famosa, pero que atra-
vesaba un momento difícil. De 1260 a
1262 Alberto desempeñó este ministe-
rio con infatigable dedicación, y logró
traer paz y concordia a la ciudad,
reorganizar parroquias y conventos, y
dar un nuevo impulso a las actividades
caritativas.
En los años 1263 y 1264 Alberto
predicó en Alemania y en Bohemia,
por voluntad del Papa Urbano IV y
regresó después a Colonia, donde reto-
mó su misión de docente, estudioso y
escritor. Al ser un hombre de oración,
de ciencia y de caridad, gozaba de
gran autoridad en sus intervenciones
en varias vicisitudes de la Iglesia y de
la sociedad de la época: fue sobre todo
un hombre de reconciliación y de paz
en Colonia, donde el arzobispo había
entrado en dura contraposición con las
instituciones ciudadanas; se prodigó
durante los trabajos del II concilio de
Lyon, en 1274, convocado por el Papa
Gregorio X para favorecer la unión en-
tre la Iglesia latina y la griega, después
de ia separación del gran cisma de
Oriente de 1054; aclaró el pensamiento
de santo Tomás de Aquino, que había
sido objeto de objeciones e incluso de
condenas completamente injustificadas.
Murió en la celda de su convento de
la Santa Cruz en Colonia en 1280, y
muy pronto fue venerado por sus her-
manos dominicos. La Iglesia lo propu-
so al culto de los fieles con la beatifica-
ción, en ¡622, y con la canonización,
en 1931, cuando el Papa Pío XI lo pro-
clamó Doctor de la Iglesia. Se trataba
de un reconocimiento indudablemente
apropiado a este gran hombre de Dios
e insigne estudioso no sólo de las ver-
dades' de la fe, sino de muchísimos
otros sectores del saber; en efecto,
echando una ojeada a los títulos de sus
numerosísimas obras, nos damos cuenta
de que su cultura es prodigiosa y de
que sus intereses enciclopédicos lo lle-
varon a ocuparse no sólo de filosofía y
de teología, como otros contemporá-
neos, sino también de cualquier otra
disciplina conocida entonces: física,
química, astronomía, mineralogía, bo-
tánica, zoología... Por este motivo el
Papa Pío xn lo nombró patrono de los
cultores de las ciencias naturales y
también se le llama Doctor universalis
precisamente por la vastedad de. sus in-
tereses y de su saber.
vosotras mismas, y en oración os pre-
sento al Creador, que vosotras sólo po-
déis adorar a través de mí» (Le opere.
Inno alia creazione).
San Alberto Magno nos recuerda
que entre ciencia y fe existe amistad, y
que los hombres de ciencia pueden re-
correr, mediante su vocación al estudio
de la naturaleza, un auténtico y fasci-
nante camino de santidad.
Su extraordinaria apertura de mente
se revela también en una operación
cultural que emprendió con éxito, a. sa-
ber, en la acogida y en la valorización
del pensamiento de Aristóteles. De he-
cho, en tiempos de san Alberto se esta-
ba difundiendo el conocimiento de nu-
merosas obras de este gran filósofo
griego del siglo IV antes de Cristo, so-
bre todo en el ámbito de la ética y de
la metafísica. Estas demostraban la
fuerza de la razón, explicaban con lu-
cidez y claridad el sentido y la estruc-
tura de la realidad, su inteligibilidad,
el valor y la finalidad de las acciones
humanas. San Alberto Magno abrió la
puerta para acoger toda la filosofía de
Aristóteles -en la filosofía y la teología
medieval, una incorporación que Santo
Tomás elaboró después de modo defi-
nitivo. Esta incorporación de una filo-
sofía digamos pagana pre-crisfiana»
fue una auiéniM a revolución cultural
p.ira aquel lii-mpo. Sin embargo, mu-
chos pensadores ensílanos Icmían la fi-
losofía de Aristóteles, la filosofía no
cristiana, sobre todo porque, presenta-
da por sus comentaristas árabes, se ha-
bía interpretado de una manera que
parecía —por lo menos en algunos
puntos— completamente inconciliable
con la fe cristiana. De modo que se
planteaba un dilema: ¿fe y razón se
contraponen o no se contraponen?
Ciertamente, los métodos científicos
adoptados por san Alberto Magno no
son los que se consolidaron en los siglos
posteriores. Su método consistía simple-
mente en la observación, en la descrip-
ción y en la clasificación de los fenó-
menos estudiados, pero de este modo
abrió la puerta a trabajos futuros.
Sigue teniendo mucho que enseñar-
nos. San Alberto muestra sobre todo
que entre fe y ciencia no existe oposi-
ción, pese a algunos episodios de in-
comprensión ,que han tenido lugar en
la historia. Un hombre de fe y de ora-
ción, como era san Alberto Magno,
puede cultivar serenamente el estudio
de las ciencias naturales y avanza!' en
el conocimiento del micro y del macro-
cosmos, descubriendo las leyes propias
de la materia, porque todo esto concu-
rre a alimentar la sed de Dios y el
amor a él. La Biblia nos habla de la
creación como del primer lenguaje a
través del cual Dios —que es suma in-
teligencia, que es Lagos— nos revela al-
go de sí mismo. El libro de la Sabidu-
ría, por ejemplo., afirma que los fenó-
menos de la naturaleza, dotados de
grandeza y belleza, son como las obras
de un artista, a través de las cuales,
por analogía, podemos conocer al Au-
tor de la creación (cf. Sb 13, 5). Con
una similitud clásica en la Edad Media
y en el Renacimiento, el mundo natu-
ral puede compararse con un libro es-
crito por Dios, que nosotros leemos se-
n los distintos enfoques de las cien-
ias (cf. Discurso a los participantes en
asamblea plenaria de la Academia
pontificia de las ciencias, 31 de octubre
de 2008). ¡Cuántos científicos, siguien-
do los pasos de san Alberto Magno,
han llevado adelante sus investigacio-
nes movidos por asombro y gratitud
frente al mundo que, a sus ojos de es-
tudiosos y creyentes, se presentaba y se
presenta como la obra buena de un
Creador sabio y amoroso! El estudio
científico se transforma en un himno
de alabanza. Lo había comprendido
muy bien-un gran astrofísico de nues-
tros tiempos, cuya causa, de beatifica-
ción se ha incoado, Enrico Medi, el
cual escribió: «Oh. vosotras, misteriosas
galaxias..,, yo os veo, os calculo, os en-
tiendo, os estudio y os descubro, pene-
tro en vosotras y os recojo. Tomo vues-
tra luz y- con ella hago ciencia; tomo el
movimiento y hago de él sabiduría; to-
mo el destello de los colores y hago de
él poesía; os tomo a vosotras, estrellas.
en-.mis manos, y temblando en la uni-
dad cíe mi ser os elevo por encima de
Aquí está uno de los grandes méritos
de san Alberto: con rigor científico es-
tudió las obras de Aristóteles, conven-
cido de que todo lo que es realmente
racional es compatible con la fe revela-
da en las Sagradas Escrituras. En otras
palabras, san Alberto Magno contribu-
yó así a la formación de una filosofia
autónoma, diferente de la teología, a la
cual la une sólo la unidad de la ver-
dad. Así nació en el siglo XIII una dis-
tinción clara entre los dos saberes, filo-
sofia y teología, que, dialogando entre
sí, cooperan armoniosamente al descu-
brimiento de la auténtica vocación del
hombre, sediento de verdad y de felici-
dad: es sobre todo la teología, definida
por san Alberto «ciencia afectiva», la
que indica al hombre su llamada a la
alegría eterna, una alegría que brota
e la adhesión plena a la verdad.
San Alberto Magno fue capaz de co-
nunicar estos conceptos de modo sen-
cillo y comprensible. Auténtico hijo de
santo Domingo, predicaba de buen
grado al pueblo de Dios, que era con-
quistado por su palabra y por el ejem-
plo de su vida.
Queridos hermanos y hermanas, pi-
damos al Señor que nunca falten en la
santa Iglesia teólogos doctos, piadosos
y sabios como san Alberto Magno, y
que nos ayude a cada uno de nosotros
a hacer nuestra la «fórmula de la san-
tidad» que él siguió en su vida: «Que-
rer todo lo que yo quiero para la glo-
ria de Dios, como Dios quiere para su
gloria todo lo que él quiere», es decir,
conformarse siempre a la voluntad de
Dios para querer y hacerlo todo sólo y
siempre para su gloria.AMEN.-

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